Este
texto está dedicado a mi gran amigo Edw y su compañera Leila:
gracias por presentarme a DogFish!
Desde
afuera todo se ve diferente. Y las ciudades no son una excepción.
Antes de viajar a los Estados Unidos y más precisamente a su
capital, Washington D.C., pensaba que al llegar allí me iba a
encontrar con una urbe similar a New York o Los Ángeles o tal vez
Miami –aunque no conozco estas dos últimas-, es decir, un lugar
frenético donde las personas almuerzan caminando, el ruido de los
carros impide hablar por celular y es casi que una falta de respeto
mirar a los ojos de las personas que se te cruzan en la acera;
además, me imaginé también que me iba a encontrar con todo un
aparato de seguridad y vigilancia ya que estaba llegando a la capital
del IMPERIO donde vive y trabaja, palabras más, palabras menos, el
presidente global, aunque en el papel sólo sea el de una sola
nación. Nada más alejado de la realidad, de mi imaginación y
claro, de mis prejuicios.
D.C.,
como la llaman los lugareños, más parece un pueblito enclavado en
las márgenes del Mississippi que la capital de los Estados Unidos.
Pero aunque tiene un tránsito tranquilo, la mayoría de las personas
te saludan en la calle y se puede recorrer en bicicleta sin temor a
ser atropellado o insultado por un fanático de la gasolina, no hay
que olvidar que es allí donde en verdad se toman muchas decisiones
que nos afectan, sobre todo a Latinoamérica, que es considerada el
patio trasero de ese país.
Estando
en USA aproveche para pasar unos días con uno de mis mejores amigos,
que después de vivir casi 12 años en Barcelona cruzó el charco
siguiendo el amor y se instalo en D.C. para comenzar una nueva vida.
La pase de maravilla y aparte de tener la posibilidad de conocer en
bicicleta una ciudad muy verde, visitar algunos museos y la
biblioteca más grande del mundo, tomar una cerveza fantástica, que
no solo te emborracha sino que te traba –la recomiendo 100%, no
desaprovechen la oportunidad de probarla si están por esos lados del
planeta, su nombre es Dogfish Head- me dedique, como casi siempre
hago cuando estoy en una ciudad nueva, a cazar todo tipo de
manifestaciones del Street Art (entiéndase graffiti, cartel y
mural).
Un
día lluvioso y oscuro en donde por un pinchazo nos toco caminar nos
encontramos con un mural que nos llamo mucho la atención; estaba
dedicado a la gente negra del Chocó y en su gran extensión se
podían ver desde ríos, pasando por personas tocando la marimba y
bailando currulao, hasta representaciones de los tres actores del
conflicto que hacen presencia en esa parte de Colombia, pero lo más
interesante es que el artista que elaboró el mural ponía de
manifiesto algo que ejercito, guerrilla y paramilitares tenían –o
tienen- en común: todos utilizaban algún tipo de arma que procedía
de los Estados Unidos.
Miembro
eterno del Colectivo Mutante Sursystem.
Transmitiendo
desde Cali, en una tarde lluviosa, por fin!
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