Desde
hace casi veinte años en el mundo entero surgió un nuevo concepto
para nombrar al Graffiti digamos, muy elaborado: el Street Art.
Aunque dicho concepto encierra variados estilos, géneros y personas,
llamense escritores, street artistas/artistas urbanos o graffiteros,
lo cierto es que tanto las calles de las grandes ciudades como las
autopistas de la información están plagadas de “obras”
soportadas y respaldadas por sus respectivos seguidores, críticos o
detractores y, aunque nunca ha dejado de existir, ese “otro”
graffiti que sirve como medio de comunicación efímero, marginal y
anónimo con contenidos que nada tienen que ver con estilos
reconocidos, cocteles, revistas de tendencias o la tan anhelada fama, ya casi nadie le pone atención, excepto las
instituciones públicas, que cada cierto tiempo lo señalan como el
elemento que degrada la imagen de la urbe. Pero, para fortuna de
muchxs, aun siguen existiendo personas que le asignan valor a esa
escritura en las paredes que a veces solo desea ser la vía de escape
para algún holgazán borracho, despechado u ocioso, que se tropieza con el spray medio
vacío de cierto artista urbano. Esa persona es Scott Hocking, un
fotógrafo con un recorrido algo particular que nos deja ver en un
trabajo realizado desde el 2007 hasta el presente en la ciudad de
Detroit (USA), precisamente ese otro graffiti, que para lxs que no
saben o no quieren saber, es el graffiti original, y el cual también
tiene valor, no solo estético, sino histórico, político, social y
como no, individual, aunque sea anónimo, obsceno y mal escrito.
Marcelo Arroyave
Miembro eterno del colectivo mutante Sursystem.
Transmitiendo desde LAUSA.
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