Cuando
salí de Cali en el 2007, el festival de música del pacífico
Petronio Álvarez iba por la
versión número 11 y aún se realizaba en el teatro al aire libre
los Cristales, un lugar estratégico. Unos meses antes de regresar a
mi ciudad natal después de 4 años de no viajar a Colombia, caí en
la cuenta de que me tocaba la versión 15 del festival, número muy
simbólico en la cultura Colombiana y creo que latina.
Para
lxs que se pasan por este blog y no saben quién es Petronio Álvarez
y qué es el festival de música del pacífico, les voy a contar de
forma muy resumida de qué se trata. Petronio Álvarez
fue un compositor negro, originario de una isla cercana al principal
puerto de Colombia sobre el pacífico: Buenaventura; nació el 1 de
octubre de 1914 y murió en 1966, fue compositor prolífico y
popularizo la canción que hoy en día es el himno de dicha ciudad
(Mi Buenaventura). Como casi siempre sucede, murió como un
desconocido para la elite y el pueblo “blanco” tanto de Cali como
de toda Colombia, adquiriendo fama póstuma gracias al surgimiento
del festival de música que se inició en su honor en 1996.
La
primera vez que fui al festival fue en el 2004 y debo reconocer que
junto con mis amigxs hacíamos parte de una minoría étnica y social
(“blancos” y universitarios); lo que me empujaba a asistir más
que una curiosidad sociológica y folklorica era la idea de pegarme
una fiesta monumental viendo mujeres negras y tomando licor barato.
La pase fenomenal y no deje de ir tanto a las presentaciones como al
after party en la calle del Pecado1
sino hasta que el destino me puso en Europa. Desde la distancia todos
los años en el mes de agosto y septiembre me llegaban los ecos de
una fiesta que muchos no se perdían y comparaban con la feria de
Cali (que se celebra en diciembre) o el carnaval de Rio de Janeiro.
El festival en esos 4 años de ausencia se mudo a la plaza de Toros y
este año (2011) paso al estadio Pascual Guerrero, recientemente
remodelado para el mundial de fútbol Sub 20 que se realizó en las
principales ciudades de Colombia entre el 29 de julio y el 20 de
agosto, de hecho, el festival fue aplazado una semana debido al
evento futbolistico. En Colombia el ritual de la pelota es más
importante que la fiesta y la política.
Debo
confesar que sentía mucha curiosidad y ansiedad de asistir al
Petronio y me emocionaba pensar en la fiesta, pero debido a mis
obligaciones académicas solo pude asistir el sábado 27 de agosto.
Gracias a la gestión de una hermosa y entusiasta compañera
ingresamos a la nueva zona del festival bautizada como VIP, justo en
los palcos de la tribuna occidental y en frente del escenario. Lo
primero que se me vino a la cabeza fueron los recuerdos de los
festivales que se realizaban en el teatro, donde el acceso era libre
y la gente podía ir y venir sin ningún tipo de barreras, fumar y
bailar con libertad, en comparación con el estadio, donde primero
había que hacer filas -sin ninguna diferencia con lo que ocurría en
la Plaza de Toros-, segundo, someterse a una requisa por parte de la
Policía y tercero, soportar diversos tipos de jerarquías ya que la
seguridad no solo estaba a cargo de la fuerza pública, sino de los
Guardas Cívicos (?) y de una empresa de seguridad privada que
cuidaba por medio de personas muy jóvenes las entradas a las
diferentes tribunas, incluida VIP.
Puede
parecer que ingresar a VIP, zona reservada para políticos y la elite
económica tanto “blanca” como negra del suroccidente colombiano
sea un privilegio, pero estando en ella me aburrí profundamente y
anhele estar con toda la gente del pueblo y en contacto real con lo
popular. Aunque intenté llegar sin lograrlo a la zona más
concurrida y alegre, mi permanencia en la zona privilegiada me mostró
que el Petronio va camino de la privatización. Era paradójico ver
por ejemplo, que quienes en algún momento quisieron que el festival
se acabara estuvieran sentados en palcos de honor y ni mostraran
entusiasmo por la música que sonaba; era ofensivo que la mayoría
del publico no tuviera buena visibilidad por la mala ubicación de la
tarima, ademas, que el lugar más privilegiado -justo abajo y al
frente de la misma- fuera reservado para los artistas, periodistas y
toda clase de oportunistas, locales y extranjeros, que por medio de
influencias obtenían escarapelas para estar allí, mientras que las
personas que habían viajado desde regiones recónditas como
Timbiquí, Guapí o el Valle (Choco) para animar a sus grupos de
música, tuvieran que conformarse con los lugares más alejados. Da rabia ver que una fiesta popular que trata de reivindicar
una cultura que ha sido excluida históricamente fuera utilizada por
los políticos de turno para aumentar su influencia a nivel regional
y por una elite y una farándula provinciana para aumentar su
prestigio.
Hace
un año le realicé una entrevista a Tostao, MC del grupo Choc Quib
Town y en ella me decía que lo que él deseaba era que el Petronio
se convirtiera en una fiesta de las dimensiones del carnaval de Rio o
el festival de Glastonbury, pero temo que el Festival de Música del
Pacífico va camino de convertirse en un botín político donde se
van a reproducir los mismos defectos que han convertido a Colombia en
la sociedad más desigual y estratificada de América latina.
Sinceramente espero que esto no suceda y que la experiencia de
realizarlo en el estadio sirva para encausar de nuevo un evento que
propaga la cultura afrocolombiana y que ademas incentiva el mestizaje
cultural.
Por Marcelo Arroyave
Miembro del Colectivo SSyS (de paso Por Cali)
Sociólogo y Antropólogo Urbano
1 Calle
histórica y peligrosa de la ciudad donde se encuentra el Hotel los
Reyes, que alojaba a los participantes llegados de todo el pacifico
colombiano; en ella existían desde prostíbulos y bares y se vendía y consumía droga, pero durante los días de celebración del Festival se
convertía en una pasarela donde tanto publico como músicos se
mezclaban en una fiesta que duraba desde el final de las presentaciones hasta el amanecer.
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